No te conozco de nada, pero voy a adivinar algo sobre tu vida. Estoy convencido de que has esperado durante meses, y puede que años, un videojuego, uno que te había enamorado desde la primera vez que lo viste, o tal vez la secuela del anterior juego que te pasaste y esperabas, incluso siendo un sueño imposible, como por ejemplo NEO: The World Ends With You.
Y estoy seguro de que ha llegado el día, has esperado el SMS de recogida en tienda, o esperaste pacientemente a que el repartidor de Amazon llegase a tu casa, y no has querido ir a clase o al trabajo solo para jugar, jugar y jugar, viciar sanamente a esa obra. Seguro que te lo has pasado genial.
Y cuando llega ese día, ese doloroso día en que llegas a la pantalla de créditos, ese momento en que el viaje termina, tal vez te han quedado algunas secundarias por hacer y has seguido jugando a pesar de todo. Pero, por otra parte, es posible que, al terminar los créditos, quites el disco o cartucho de la consola y lo lleves a su respectiva caja en la estantería, o borres el archivo digital, y no lo vuelvas a jugar.
Esa obra que estabas esperando con ilusión, o que simplemente llegó y te enamoró, o ni eso, vuelve a su lugar de origen: una estantería. Junto con otros videojuegos. En compañía, pero no de ti. Y pasan los meses y dices «me gustaría volver a jugarlo«, pero vienen más y más videojuegos. Y pasan los años y recuerdas con alegría esos momentos que viviste.
Pero, aún así, sí, igual uno que te enamoró vuelves a jugarlo, ¿pero, y el resto? Una vez completamos un videojuego, sea al 100% o no, ¿lo abandonamos? ¿Es una señal de que nos hacemos mayores y el mundo de los adultos nos quita tiempo para jugar, o es que algunos videojuegos son de usar y tirar?
Esta es una reflexión que lleva mucho tiempo en mi cabeza, y hoy quiero compartirla con vosotros/as. Este año mi juego favorito es sin duda Triangle Strategy, y desde que me lo pasé por completo en abril, no lo he vuelto a tocar. Y quemé sus dos demos. Y ahí está, en la estantería. Esperando. Pero orgulloso.