La serie de Splatoon siempre ha sido vendida centrando los focos sobre sus modos multijugador y todas las posibilidades que estos proporcionan. Sin embargo, y pese a mis más de 500 horas jugadas en el multijugador, siempre pensé que la faceta de un jugador ha estado muy desaprovechada. La campaña de Splatoon 2 me encanta, combina niveles frenéticos, puzzles, jefes finales, plataformeo… Es por eso que cuando anunciaron la salida de la Octo-expansión, un contenido adicional centrado en la introducción de una nueva historia, no podía estar más agradecido.
¿Cómo hemos acabado aquí?
Nos despertamos en una estación de tren junto a un personaje que ya conocemos, el Capitán Jibión, pero a diferencia de el resto de nuestras aventuras, no somos un inkling, sino un octoling. Estando desorientados y con poca idea de como llegamos a esa situación, conseguimos llegar hasta un andamio de tren junto a Jibión. Es ahí que conocemos a un teléfono parlante que nos promete llegar al paraíso si le ayudamos y a un pepino de mar que conduce un metro que nos permitirá transportarnos.
Pasando de nivel en nivel en un mapa representado como una línea de metro, esta aventura resulta mucho más retadora que la campaña original de Splatoon 2. Cuando hablo de ella siempre me gusta hacer la comparación con Super Mario Bros y Super Mario Bros: The Lost Levels. El primero se trata de un clásico que ha pasado a la historia de los videojuegos gracias a los pequeños detalles de diseño que hacen que sus niveles sean tan accesibles y entretenidos para todo el mundo incluso a día de hoy. Por otra parte, contamos con Super Mario Bros; The Lost Levels, una secuela que, si bien sigue contando con un gran diseño de niveles, huye del público mayoritario al contar con una colección de fases más exigentes.
Relacionado a lo que nos compete en este artículo, la campaña original de Splatoon 2 está conformada por una serie de niveles, más o menos cohesionados entre ellos, que, sin dejar de aportar un reto mínimo para captar nuestro interés como jugadores, no van más allá. Por su parte, la octo-expansión es el mayor exponente de dificultad de la serie Splatoon hasta el momento. Sus niveles comprenden un amplio abanico de desafíos que se repiten en diferentes niveles de dificultad. Estos retos pueden ir desde empujar una pelota de billar gigante con nuestra tinta, hasta sobrevivir en un escenario cerrado haciendo uso de una mochila propulsora para esquivar los obstáculos.
Es importante dejar claro el tema de la dificultad. Sí, es más elevada de lo que se podría esperar en uno de los lanzamientos orientados para toda la familia de Nintendo, pero para nada llega a rozar lo imposible ni frustrante. En el supuesto caso de toparnos con un nivel que se nos hace especial bola, podemos optar por recorrer la línea empezando por otro lado, pero si esta opción sigue sin ser ayuda suficiente, a base de repetir el nivel varias veces se nos da la opción de pasarlo automáticamente. Una ayuda más que suficiente para aquellos que simplemente quieran completar la historia o conseguir los objetos desbloqueables en el modo multijugador.
Una sociedad subterránea
Para entender esta parte del texto es necesario contar con un poco de contexto sobre la historia de Splatoon. Para quien no lo sepa, la serie Splatoon está ambientada en el planeta Tierra (Muchos años en el futuro). En esta Tierra, el nivel del mar subió de manera abrumadora debido al calentamiento solar causado por la especie humana. Es así como, con la pérdida de cada vez más superficie terrestre, el ser humano se extinguió. Con el tiempo, muchas especies marinas acabarían evolucionando hasta repoblar de nuevo la poca superficie terrestre restante tras la pérdida de la especie humana. Pero al igual que los humanos, comenzarían unas guerras entre inklings y octolings que acabarían ganando los primeros y a partir de las cuales los perdedores serían desterrados a las cuevas subterráneas (En las que quedaban restos de la antigua civilización humana).
Así es mucho más fácil de ver al mundo de Splatoon como un heredero total del legado de los humanos. Por un lado los comerciales nos venden la cara bonita: Cromópolis, un lugar en el que todo es color y diversión (Para los afortunados que viven ahí). Pero la existencia de este lugar no quita que el tiempo siga corriendo en el subsuelo, un lugar lúgubre, en el que pocas cosas funcionan y poblado por individuos cuyas vidas no es más que la repetición de un día tras otro. Y aún así, parece que a nadie le importe.
En ningún momento se nos va a otorgar nada en el subsuelo, nada es nuestro, si nos fijamos, todas las armas que usamos para superar los niveles son préstamos. Pero hay muchos más factores que ayudan a formar esta sensación que nos encontramos en un espacio de segundo e incluso de tercera. Las estructuras urbanas y monótonas que se repiten en todos los niveles, el mismo color de tinta que está siempre presente, la aparición de objetos electrónicos flotando en el escenario como si fueran basura (Sí, no creo que todos los mandos de Nintendo 64 y GameCube se traten de simples guiños)…
*A partir de aquí hay spoilers importantes sobre el final de la expansión*
Se podría decir que el jefe final de la octo-expansión es el culmen de todo lo que he expuesto en los anteriores párrafos. El objetivo principal de nuestra aventura por las líneas del metro es conseguir todos los cacharros para formar una batidora. A simple vista, puede parecer que el hecho de que el fruto de nuestro trabajo sea montar una batidora, es una forma de seguir la línea general desenfadada y chistosa de la serie, pero yo no creo que sea así. Se nos habla de estos cacharros como unos objetos míticos (Legado de los humanos) necesarios para alcanzar el paraíso soñado. Esto me recuerda a la situación que sufrían muchos territorios en el siglo XIX como por ejemplo Galicia con As Américas. El tema de la emigración fue un grave problema que atacó a la sociedad gallega. Así se vio reflejado en múltiples testigos de la época que aún se conservan a día de hoy, como, por ejemplo, algunos poemas de la obra de Rosalía de Castro.
Al igual que en el siglo XIX, el teléfono (Inesperado villano) nos ofrece alcanzar el paraíso soñado. Sin embargo, solamente nos está utilizando como mano de obra para conseguir todas las partes de la batidora y, finalmente, utilizarnos como combustible de esta. Exactamente de la misma manera, los pobres campesinos del siglo XIX emigraban a América cegados por las historias de las grandes riquezas que se amasaban al otro lado del Atlántico. Al final, la mayoría de estos emigrantes trabajaban como mano de obra y morían en la absoluta pobreza alejados de su familia (A veces por la vergüenza de volver a sus hogares aún más pobres y otras por la exageradamente mala situación económica).
También se puede ver a la batidora como representante de los vicios de la sociedad actual. Esta nos ofrece placer instantáneo, pero fugaz. Nos bombardea con información y, en resumen, nos convierte en versiones desmejoradas de lo que podríamos ser. Es muy fácil de representar esto mismo observando la función de la propia batidora en nuestro día a día. El uso de la batidora es mezclar cosas como, por ejemplo, fruta. Introducimos diferentes frutas en la batidora, cada una con su forma, color y propiedades. Pero cuando las juntamos en un batido, todas esas formas y colores se convierten en un líquido (obviamente sin forma) con un color único. En este proceso los alimentos suelen perder propiedades beneficiosas como distintas vitaminas que se encuentran concentradas en la pulpa y las cáscaras, pero al final es la manera más rápida y cómoda de ingerir todos estos alimentos.
El último enemigo al que nos enfrentamos es una estatua de un ser humano que contiene un arma para destruir Cromópolis. Nuestra única opción para salvar a la ciudad (Y el mundo) es destruir la estatua. Los últimos restos de la humanidad se sumergen en el mar y dan paso a un nuevo mundo.