Hubo una época, igual algunos/as la seguís viviendo, en la que no entraban tantos videojuegos en casa y especialmente consolas. Ahora los videojuegos están muy asentados en nuestra cultura, y las nuevas comunicaciones han potenciado su inclusión en la sociedad, pero antes las cosas no eran así.
Antes “la Nintendo” era la consola que le compraban los padres a sus hijos pequeños, mientras que “la Play” era para niños más grandes. Luego estaba el PC para los adultos, la Dreamcast para los más fieles a SEGA durante la época de la Mega Drive y la SNES… Y una Xbox que estaba intentando meterse en el mercado.
El caso es que, durante esas primeras generaciones del 3D, Nintendo y Sony eran las más populares y las que más dividían a los jugadores, la famosa guerra de consolas. Sin embargo, la gran mayoría teníamos que ser de un bando por un motivo muy sencillo: nuestros padres o bien no tenían tanto dinero para comprarnos ambas consolas, o no se iban a gastar el doble de dinero por el mismo juguete.
Es por eso que el público de Nintendo conocía principalmente los juegos que salían en la N64 y GameCube, y el de Sony los que salían en PlayStation 1 y PlayStation 2. En mi caso personal, mientras que en mi casa éramos de Nintendo, en la de mis primos eran de Sony, y en vez de odiarnos por chorradas, a veces nos intercambiamos las consolas.
Así pudimos conocer, entre otros títulos, a Final Fantasy 7 y 9, y los dos primeros Kingdom Hearts. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto de mi vida que os estoy contando con el tema del artículo? Muy sencillo. Quiénes tuvieron la primera PlayStation muy probablemente disfrutaron de un enorme catálogo de JRPG, especialmente de la séptima fantasía final de Square, pues este fue uno de los títulos más populares de la consola.
Mientras tanto, los usuarios de Nintendo lo más de JRPG que teníamos era Pokémon y Paper Mario, pues su consola de 64 bits apenas tenía títulos de compañías terceras (y los que existían apenas nos llegaron a Europa o tuvieron la mitad de la popularidad de FF7). Sin embargo, todo ello cambió cuando llegó la Nintendo GameCube.
GameCube fue (y sigue siendo) una consola increíble con un catálogo de infarto. En ella tenemos grandes JRPG como Skies of Arcadia, Baten Kaitos, Fire Emblem: Path Of Radiance, Paper Mario: La Puerta Milenaria, Final Fantasy Crystal Chronicles… Pero, de todos ellos, me atrevería a decir que el más popular de todos, o al menos de los que más ruido hizo, fue Tales of Symphonia.
Todos los títulos que os he mencionado antes, con excepción del spin off de Final Fantasy, son de combate por turnos. Se trata de una mecánica muy explotada en el género, y aunque a día de hoy ha sabido reinventarse con juegos como Octopath Traveler, en su época era la primera regla.
Es por eso que, cuando llegó un JRPG diferente, más enfocado en la acción, doblado al inglés, traducido a varios idiomas, exclusivo temporal de Nintendo, con estética y escenas anime, con dos CDs y encima no siendo Final Fantasy, eso fue, en su época, algo que nadie veía venir y que se recibió con los brazos abiertos.
Por eso, Final Fantasy 7 es tan importante para la industria, y por eso, su equivalente en el mundo de los cuentos de Bandai Namco, es Tales of Symphonia. Porque ese fue, probablemente, el primer JRPG de muchos usuarios de Nintendo, que en su época solo podían tener una sola consola y era esa.
Tales of Symphonia llegó como una alternativa a la saga, como una forma de decir “no todos los JRPG tienen que ser por turnos y de Square, otras compañías también tienen sus propios juegos de rol y propuestas, como lo es en este caso el Action RPG”. Y eso es lo que le hace tan especial y tan querido entre los fans.